Παρασκευή 1 Ιανουαρίου 2010

ΟΒΔΟΥΛΙΟ ΒΑΡΕΛΑ























OBDULIO JACINTO VARELA (1917-1996)

Place of birth: Paysandú, Uruguay
Height: 1.78 m
Playing position: Center half
1936-1938 Deportivo Juventud
1938-1943 Montevideo Wanderers
1943-1955 C.A. Peñarol
1939-1954 Uruguay 45 (9 goals)

With Uruguay:
• FIFA World Cup winner in 1950
• Copa América winner in 1942
• Copa Baron de Rio Branco winner against Brasil in 1940, 1946, 1948
• Copa Escobar Gerona winner in 1943
With Peñarol:
• Uruguayan first division league champion in 1944, 1945, 1949, 1951, 1953 and 1954
• Torneo de Honor winner in 1944, 1945, 1947, 1949, 1950, 1951, 1952 and 1953
• Competencia tourney winner in 1943, 1946, 1947, 1949, 1951 1953
Varela was among the 13 best South American players of the 20th century according to the IFFHS' Century Elections.


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Obdulio Varela y el día del fin del mundo


Estoy convencido de que uno no elige a sus modelos, sus ídolos. Son ellos los que nos eligen.
Si hubiera dependido de mi yo habría escogido a Diego Armando, a Enzo, a Franz, a Pep, a Eric… Pero a mi me eligió Obdulio Varela, El Negro Jefe.
Sinceramente, creo que he tenido mucha suerte.
Obdulio Jacinto Muiños Varela nació en Montevideo en 1917. Fue limpiabotas, vendedor a domiclio, peón de albañil, asmático, mulato. También futbolista.

El Negro Jefe
Varela no era rápido; tampoco era muy hábil con el balón. Su técnica, sus conocimientos tácticos, su físico eran los habituales en esa época. Sólo sobresalía en un apartado: el carácter.
Muchos dicen que en una enciclopedia deportiva debería aparecer su foto junto a la palabra Capitán. No exageran.
Durante un Peñarol – Nacional, un compañero suyo recibió una entrada criminal. El Negro Jefe se acercó al árbitro y le dijo: “Señor juez, si alguno de mis futbolistas llega a dar una patada como la que aquel señor acaba de dar, le ruego que lo expulse, porque en mi equipo un jugador que pega así no merece seguir en la cancha“.
El año que Peñarol introdujo publicidad en las camisetas el Negro Jefe se negó a llevarla. Todas las camisetas la lucían, menos la suya. En otra ocasión, tras una victoria de Peñarol sobre River Plate, los directivos decidieron premiar a todos los jugadores con 250 pesos y con 500 al Negro Jefe, que se quejó: “Yo jugué como todos; si ustedes creen que merecí 500 pesos, son 500 para todos; si ellos merecieron 250, yo también“. Y fueron 500 para todos.
Los directivos le odiaban, claro. Aunque no más que el Negro Jefe a ellos.
Por aquel entonces (1949) la situación laboral del futbolista uruguayo dejaba mucho que desear, de modo que los jugadores decidieron crear un sindicato. Los clubs, dueños de todo y de todos se negaron a reconocerlo. La respuesta de los jugadores, encabezados por Varela fue una huelga: no habría más fútbol hasta que se legalizara su sindicato.
Los clubs aceptaron el pulso encantados, intuyendo que la presión social, la falta de trabajo y el inminente Mundial de fútbol acabarían con la huelga. Efectivamente se sucedieron los fines de semana sin balón, se extendía el hambre en el gremio. Pero cuando peor se ponían las cosas más grande se hacía Varela. Trabajador desde niño, casi analfabeto, lideró la huelga durante meses.
El séptimo mes los clubs dieron su brazo a torcer.

El Mundial de Brasil
Acababa de finalizar la II Guerra Mundial y la FIFA hizo lo imposible por volver a organizar competiciones internacionales pero ningún pais europeo estaba en condiciones de organizar el Mundial de 1950.
La alternativa fue Brasil, que por aquel entonces tenía el mejor equipo del mundo. El rey del gol Ademir, la magia de Zizinho y Jair, el inexpugnable Barbosa…, una formación llamada “la diagonal” que dejaba boquiabierto a todo aquel que la veía en acción.

Tras la primera ronda, Brasil, España, Suecia y Uruguay se clasificaron para una liguilla final de la que saldría el campeón del torneo. El seleccionado brasileño derrotó por sendas goleadas a los equipos europeos, 6-1 a España y 7-1 a Suecia. Uruguay empató con España 2-2 y ganó a Suecia 3-2, de forma inmerecida y en el último momento. El último partido de la liguilla no era una final, pero enfrentaba a Brasil con 4 puntos y a Uruguay con 3, por lo que el vencedor sería el campeón del mundo. A la selección de Brasil, soberbia, espectacular e inalcanzable le valía el empate. Y jugaba en casa. Jugaba en Maracaná.
El pais entero se paralizó. Todo estaba listo en Maracaná para las celebraciones del triunfo brasileño, ante nada menos que 180.000 hinchas; los diarios locales ya habían anunciado el partido como el de la primera victoria mundial de Brasil y las camisetas que lo conmemoraban inundaban el estadio. Todo era alegría, magia, esplendor y confianza.
La charla previa en el vestuario urugayo fue deprimente: “Con llegar a la final ya han cumplido, traten de no comerse seis goles y jueguen con guante blanco“. Mientras recorrían el pasillo entre el vestuario y la cancha el Negro Jefe hizo un discurso distinto: “No piensen en toda esa gente, no miren para arriba, el partido se juega abajo, y si ganamos no va a pasar nada, nunca pasa nada“.
Nada más pitar el comienzo del partido Brasil se lanzó en tromba sobre la meta rival. Como hacían siempre. Las ocasiones se sucedían una tras otra. Varela vigilaba a Ademir. Uruguay achicó balones, uno tras otro, hasta que se llegó al descanso. 0-0. Era prácticamente imposible, pero Brasil no había marcado un solo gol. A pesar de todo, la fiesta en las gradas continuaba. Con ese resultado eran campeones.
La segunda parte empezó igual que la primera, con los brasileños atacando como posesos. Pero esta vez Uruguay aguantó apenas dos minutos ya que en el 47 marcó Brasil por medio de Friaca. El estadio, el pais entero enloqueció.
Pero no Varela. Obdulio recorrió los treinta metros que lo separaban del fondo de la red, a paso lento pero firme. Cogió la pelota y la colocó bajo su axila derecha y con el mismo andar de antes fue a reclamarle un inexistente fuera de juego al juez de línea. Segundos después y de la misma forma llevó el balón hasta el centro de la cancha.
La locura colectiva de los 180.000 espectadores fue remitiendo poco a poco. Varela depositó la pelota en el centro del estadio, llamó al árbitro y pidió un traductor para discutir la posición adelantada durante varios minutos. El estadio había enmudecido.
Antes de sacar de centro miró hacia su equipo y les dijo una sola palabra: “Seguidme“.
Obdulio lo recordó así:
…Ahí me di cuenta que si no enfriábamos el juego, si no lo aquietábamos, esa máquina de jugar al fútbol nos iba a demoler. Lo que hice fue demorar la reanudación del juego, nada más. Esos tigres nos comían si les servíamos el bocado muy rápido. Entonces a paso lento crucé la cancha para hablar con el juez de línea, reclamándole un supuesto off-side que no había existido, luego se me acercó el árbitro y me amenazó con expulsarme, pero hice que no lo entendía, aprovechando que él no hablaba castellano y que yo no sabía inglés. Pero mientras hablaba varios jugadores contrarios me insultaban, muy nerviosos, mientras las tribunas bramaban. Esa actitud de los adversarios me hizo abrir los ojos, tenían miedo de nosotros. Entonces, siempre con la pelota entre mi brazo y mi cuerpo, me fui hacia el centro del campo de juego. Luego vi a los rivales que estaban pálidos e inseguros y les dije a mis compañeros que éstos no nos pueden ganar nunca, los nervios nuestros se los habíamos pasado a ellos. El resto fue lo más fácil.”
El balón se puso en juego cuatro minutos después del gol de Friaca. Pero el partido ya era otro. En el minuto 17, Schiaffino empató el partido. Y a falta de 10 minutos, el Negro Jefe pasó el balón a Ghiggia para que marcara el 2-1. Volvió el asedio brasileño, pero los uruguayos se habían convertido en gigantes.
Cuando sonó el pitido final el estadio era una tumba. Sólo se escuchaban llantos. Acababa de suceder una de las mayores sorpresas en la historia del deporte: el Maracanazo.
No hubo ceremonia final, ni música, ni vuelta olímpica. El acto de entrega de la copa a Uruguay terminó siendo solamente eso: la entrega de la misma y un apretón de manos de un confundido Jules Rimet a Obdulio Varela.

La noche eterna

Para los brasileños, la derrota fue una tragedia nacional, la peor de aquel país. Los suicidios, infartos y ataques de locura se multiplicaron entre sus 50 millones de habitantes.
En la noche más triste de Brasil, el Negro Jefe no celebró la victoria con sus compañeros. Se marchó a recorrer bares, afectado por la tristeza inconsolable por los vencidos. Bebió y sufrió con los aficionados brasileños. Al día siguiente el héroe nacional evitó las fotos y los festejos oficiales. “Mi patria es la gente que sufre“, comentó. Le dieron un dinero con el que se compró un coche viejo; se lo robaron a la semana siguiente.
Cuando se retiró del fútbol siguió viviendo en la pobreza con su mujer. Nunca dejó de sufrir por el pueblo brasileño, ni de odiar a los directivos. “Ganamos porque ganamos, nada más“, afirmó muchos años más tarde. “Nos llenaron de pelotazos, fue un disparate. Jugamos cien veces, y sólo ganamos ésa“.
Obdulio Varela, el Negro Jefe, murió en 1996, meses después de morir su mujer.
Sus últimos recuerdos, las botas de Maracaná y su camiseta con el número 5, se guardan en la Federación Uruguaya. Como bien dice Enric González, hasta eso se quedaron los dirigentes.